
Ayer, mientras leía en mis almenas, me llegó esta fotografía de la liberación en La Pedrera de BCN de uno de mis libros. No es casual porque nada es casual que yo entonces estuviera subrayando en la magnífica novela antibelicista de 1835 "Servidumbre y Grandeza de las Armas" de Alfred de Vigny esto:
"El Honor... mientras todas las virtudes parecen descender del cielo para darnos la mano y levantarnos, ésta (virtud del Honor) parece salir de nosotros mismos y propender a elevarse hasta el cielo. Es una virtud muy humana, que podemos creer que nace en la tierra, sin palma celeste para después de la muerte: es la virtud de la vida.
Es una religión sin símbolo y sin imágenes, sin dogma y sin ceremonias, y cuyas leyes no han sido escritas en parte alguna. ¿Cómo se explica que todos tengamos la conciencia de su enorme poder? Los hombres actuales, los hombres de la hora en que escribo, son escépticos e irónicos para todo excepto para ella. Todos se ponen serios cuando se pronuncia su nombre. Esto no es una teoría, es una observación. Ante la palabra "honor" siente el hombre agitarse en lo íntimo de su ser algo que es parte de sí mismo, en una sacudida que despierta todas las fuerzas de su orgullo y de su primitiva energía. Una firmeza inquebrantable lo sostiene contra todos y contra sí mismo. El honor es la conciencia, pero la conciencia exaltada. Es el respeto a sí mismo y a la nobleza de su vida llevada a la más pura elevación y a la pasión más ardiente".
Así son mis amigos Ángela y Arturo. Sépase y divúlguese.